Martes 23 Mayo
VII de Pascua
3° del salterio
He 28,16-20.30-31
/Sal 10 /Jn
21,20-25
Ntra. Sra. del Rocío;
Juana Antida
Thouret; Bto. Julián
de S. Agustín
Juan 21,20-25
En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, a ti, ¿qué? Tú, sígueme». Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús
que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?». Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.
El evangelio nos habla del «otro discípulo». ¿Hace referencia a Juan? ¿Se trata de un «discípulo que no pertenecía a los Doce»? Está clara la singularidad de Pedro en la comunidad de los creyentes, pero la alusión al «discípulo amado», ¿acaso nos está abriendo la puerta a que existe otra «manera» de ser discípulo, que es la de ser especialmente amado por Jesús? De todas formas, la comunidad de Jesús es un tejido de amor entre los creyentes. Y el amor es la clave, marca todos los ritmos, fundamenta el cristianismo por sus cuatro costados. El lenguaje nuevo del «discípulo amado» nos abre ese horizonte de predilecciones de Dios, de torrentes de gracia, para los que Él elige.
Los héroes triunfan, los santos dejan que Dios triunfe en ellos. Miremos hoy a la Virgen Nuestra Señora. María quiso tener una vida sin historia, lo más clara posible, tan sumamente sencilla que sus últimos años los pasó sonriendo. Tú y yo, en cambio,
queremos una vida brillante.