Domingo 02 Julio
XIII del T.O.
lº del salterio
Gén 22,1-79/Sal
174 / Mt 9,1-8
Justo; Otón;
Sinforosa; Bernardino
Realino; Bta. Eugenia
Joubert
Mateo 9,1-8
En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados». Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados están perdonados", o decir: "Levántate y anda"? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo dirigiéndose al paralítico—: "Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa"». Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.
Jesús busca primero el corazón
Este milagro nos revela un gran descubrimiento: lo primero que busca Jesús es el corazón, o lo que es lo mismo, la sanación interior. Después, vendrá la exterior. Por eso, para demostrarles a todos aquellos letrados que quién ha curado al paralítico por dentro tiene también potestad para curarle por fuera, realiza aquel milagro. Jesús devuelve al enfermo la integridad corporal y moral. Restaura al hombre entero: le da la salud y le devuelve la dignidad. Hay que destacar también la actitud de aquel hombre que no se detiene, que se marcha enseguida a casa, «saboreando así su curación». Hemos de aprender a «saborear» los dones que Dios nos va ofreciendo a lo largo de nuestra vida.