Lunes 10 Julio
XIV del TO.
2° del salterio
Gén 46,1-728-30
/Sal 36 / Mt
10,16-23
N' Sra. de Atocha;
Cristóbal; Carmelo
Bolta y Francisco
Pinazo; Bto. Ascanio
Nicanor
PALABRA:
Mateo 10,16-23
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final, se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre».
El que reza no está solo
El realismo de las palabras de Cristo no ha de infundirnos alarma sino esperanza. Nos previene de lo que puede desencadenar la vivencia de su Evangelio, la coherencia de vida, la realización del proyecto divino sobre la tierra. Los valores que proclama y vive un creyente cristiano chocarán de plano con los intereses de los poderosos, incluso con los intereses familiares. ¿Cuál es nuestra arma secreta? Que no estamos solos, —«el que reza no está solo», nos decía Benedicto XVI—, que caminamos de la mano del Señor y que será el Espíritu nuestro Abogado defensor en los momentos más delicados, difíciles y dramáticos de nuestra vida. Él pondrá en nuestros labios lo que hemos de decir. Se impone, por tanto, una conexión constante, a través de la oración, con el Señor. Lo que sí hemos de examinar con realismo es la causa de la persecución: si el evangelio o nuestro mal proceder con los hermanos.
Señor, en los momentos difíciles, quiero sentirte a mi lado. En la angustia, quiero sentir tu mano que me protege; tus palabras, que me iluminan; tu gracia, que me sostiene. ¡No me dejes solo, Señor, que me perdería!