Miércoles 12 Julio
3° del salterio
Am 7,12-15/Sal
84/ Ef 1,3-14 / Mc
6,7-13
Juan Gualberto;
José Fernández de
Ventosa; Teodoro y
Juan; Bto. Mariano
de Jesús Euse
PALABRA:
Amós 7,12-15
En aquellos días, dijo Amasías, sacerdote de Casa de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas de-Dios, a Amós: «Vidente, vete y refúgiate en tierra a profetizar en Casa-de-Dios, porque es el santuario real, el templo del país». Respondió Amós: «No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo de Israel"».
Salmo 84
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Efesios 1,3-14
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros, que habéis escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, en el que creísteis, habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido, el cual es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.
Marcos 6,7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó qué llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
«Liberar del mal a la buena gente»
Nos encontramos a Jesús encomendando a sus discípulos la tarea del anuncio de la Buena Noticia. ¿Cuál es el argumento central? Está muy claro: «expulsar espíritus inmundos», es decir, curar enfermos del cuerpo y de la mente. Y Jesús les da autoridad para «liberar a la gente de esos males», para aliviar sus sufrimientos, para llevar un poco de bien y de felicidad a los que nos rodean. Esa es la gran tarea de los creyentes cristianos de esta hora: «sembrar el bien, acompañar a nuestro prójimo en su dolor y sufrimiento, aliviar sus heridás». Porque hay mucha reconciliación que construir, muchas penas que mitigar, muchas lágrimas que enjugar, muchos desencuentros que sanar. Anunciar la Buena Noticia es proclamar que Dios nos ama con locura y que nos ofrece los hermosos caminos de la libertad, rompiendo esclavitudes; del bien, curando nuestras dolencias.