Sábado 30 Diciembre
Octava de Navidad
Oficio del día
1Jn 2,12-17/Sal 95
/Lc2,36-40
Sabino; Honorio;
Liberia; Rainiero
Lucas 2,36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Asen Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Ana, mujer sencilla
¡Cuántas personas sencillas cruzan a nuestro lado! En unas líneas, el evangelio nos habla de Ana, «que no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones». Pero su mejor destello, su lección más hermosa, se centra en estas palabras: «Hablaba del niño a todos los que esperaban la liberación...». ¡Cuánta gente nos habla de Dios, en susurros y en gestos silenciosos! Consejos, sugerencias, advertencias, silencios sacrificados, tantas palabras como nos señalan los caminos del Señor, sin grandes discursos, desde la humildad y la sencillez. Ana nos invita a que también nosotros hablemos del Niño a nuestros hermanos, a los que conviven y se cruzan a nuestro lado. A veces, bastará solo una sonrisa de paz y de bien.
Señor, que te conozcamos cada día un poquito más y que te demos a conocer a los demás: no con grandes discursos sino con hermosos gestos de amor, que conllevan siempre la acogida, la comprensión, la escucha y la esperanza.