sábado, 30 de diciembre de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL VIERNES 29/12/2017



Viernes 29 Diciembre
Octava de Navidad
Oficio del día
1Jn 2,3-11 / Sa195 /
Lc 2,22-35





S. Tomás
Becket, c.
David; Domingo;

Bonifacio

PALABRA:
Lucas 2,22-35
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: «Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».


Mis ojos han visto tu salvación
Hoy es el gran día en que aquel que san Lucas llama Simeón pronto abandonará este mundo de oscuridad para entrar en la visión de la Luz eterna: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación». Ojalá nosotros seamos también «descubridores» de Dios, recibiendo a Jesús en nuestro corazón. Ojalá nos convirtamos en profetas que anuncian al mundo entero la presencia del Señor. Ojalá veamos, palpemos, sintamos y experimentemos la salvación en nuestras vidas. Así nos sentiremos felices, dichosos, en medio de tantas tempestades, de tantos problemas y preocupaciones.






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