Domingo 03 Diciembre
I de Adviento
lº del salterio
1s 26,1-6 / Sa1 117 /
Mt 7,21. 24-27
S. Francisco
Javier, m.o.
Galgano; Sofonías;
Claudio; Jasón;
Magina
PALABRA:
Mateo 7,21.24-27
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice: "¡Señor, Señor!" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente».
Hoy se recorta en el horizonte la silueta de san Francisco Javier, el gran misionero de la historia que comienza modelando su alma con aquel interrogante de san Ignacio de Loyola, «¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?», para lanzarla después y despeñarla en el océano infinito de Dios, predicando su evangelio en tierras de misión. Aquel «divino impaciente» del que nos hablara la obra teatral, abrió su vida a la pregunta decisiva: «¿vale la pena vivir a lo que salga, a lo que nos guste, prendidos de nuestros caprichos, o acaso no será mejor edificar sobre roca, escoger la ruta que Dios nos traza para realizar nuestra vida?». Francisco Javier pasó de la reflexión a las obras: escuchó primero; reflexionó después; e inmediatamente se puso a caminar, a actuar con entrega generosa. El mundo necesita santos, o lo que es lo mismo, testigos clarividentes y luminosos que nos señalen, con su buen hacer, nuestra verdadera hoja de ruta.
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