Lunes 04 Diciembre
I de Adviento
1° del salterio
Is 29,17-24/ Sal 26
/ Mt 9,27-31
S. Juan
Damasceno, m.l.
Bárbara; Juan
Calabria; Anón;
Marutas; Bto.
Francisco Gálvez
PALABRA:
Mateo 9,27-31
En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús gritando: «Ten compasión de nosotros, Hijo de David». Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?». Contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe». Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado, con que lo sepa alguien!». Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.
Nuestras cegueras
¡Cuántas cegueras en esta hora de la historia! El primer problema y acaso el más grave es que no nos demos cuenta de que estamos ciegos, de que no vemos lo importante, de que caminamos al borde del precipicio. Por eso, lo primero de todo es conocer bien esas cegueras: primera, no percibimos con claridad nuestras verdaderas señas de identidad: «somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos» (filiación divina); segunda, todos somos hermanos (sentido fraternal de la historia); tercera, todos somos débiles, limitados (fragilidad humana); cuarta, nos equivocamos con frecuencia (el error nos acecha siempre); quinta, lo sabemos todo y no admitimos consejos y orientaciones (necesidad de acompañamiento). Cristo nos cura las cegueras, las de dentro y las de fuera. Solo hace falta que pongamos en nuestros labios una sencilla plegaria: «Ten compasión de nosotros, Hijo de David». Y al instante, se hará la luz.
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