V del T.O.
l a del salterio
Gén 2,18-25 / Sal
127 / Mc 7,24-30
Martes 12 Febrero
Melecio; Gaudencio;
Modesto
Marcos 7,24-30
En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Se alojó en una casa procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió; una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era griega, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: «Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos». Pero ella replicó: «Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Él le contestó: «Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
Los argumentos del corazón mueven montañas
Este pasaje, con datos desconcertantes, brilla con especial fuerza para nosotros: Jesús es fuente de salud y de vida para cualquier persona, sea de la cultura que sea y tenga la religión que tenga. Jesús cura a la hija de aquella mujer pagana, una mujer sencilla, humilde, confiada. La bondad de Jesús, su humanidad abierta a todos, supera cualquier división, cualquier distancia. Esta mujer nos ofrece varias enseñanzas concretas: primera, los argumentos del corazón mueven montañas; segunda, no le importa asemejarse a un perrillo que come las migajas de pan; tercera, lo que le importa es que Jesús cure a su hija. Ese amor de madre que quiere para su hija lo mejor, un amor de coraje, de entrega, de llamadas ardientes al corazón de aquel Jesús que obraba prodigios.
«Oh Jesús, ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya. Inunda mi alma de tu espíritu y vida. Penétrame y aduéñate tan por completo de mí, que toda mi vida sea una irradiación de la tuya» (Beato Newman).