domingo, 28 de febrero de 2016

MUNDO MÍSTICO YORUBA: LOS HIJOS DE OSHA



Los Hijos de Osha.

Todos los asentados en Regla de Osha, es decir, los que han pasado por las pruebas de iniciación, que les eleva a la categoría de omo-orisha, hijos, elegidos de Ocha e iyawos (esposas) sus sacerdotes y sacerdotisas, tienen dos nombres: el español que recibieron en la fuente bautismal del catolicismo, y el africano que les da el orisha o la nganga, diyinga,"fundamentos que ha reclamado su cabeza y que bajo ningún concepto conviene divulgar.
En Regla, luego de muchos años de desarrollo espiritual con el orisha sobre la cabeza, asentado, el iyawo comienza a bajar sobre su cuerpo su deidad, entra en trance, en estado de posesión.
Este fenómeno tan viejo cómo la humanidad, conocido en todos los tiempos y por todos los pueblos, ocurre incesantemente en nuestros sacerdotes; consiste en que un espíritu de Eggún o deidad, tome posesión del cuerpo de un sujeto y actúe y se comporte como si fuese su dueño verdadero.
De ahí que la persona que es objeto de la intromisión habitual de un orisha, se le llame "caballo" ó cabeza de orisha. Yimbí, kombofalo, nganga, gombe, gándo, perro, vasallo, criado o cabeza de ngangá, le llaman en Regla Conga a los que pasan por el mismo trance.




El orisha, o el fumbi de los mayomberos, desaloja -valga la expresión-, reemplaza al yo del caballo. Empleando las mismas palabras que los negros: "el orisha baja para montar su caballo...", se mete dentro de éste, y ese hombre o esa mujer poseídos por su orisha, ya no es quién era, sino el mismo orisha en su cuerpo. Tiene montado al orisha.
El ego y la hipocresía de un individuo a quién lo montó el orisha, es sacado, arrojado por éste fuera de su cuerpo, queda anulado y sustituido por la fuerza, vitalidad, humildad, sabiduría de la deidad.
La persona ya no es ni Pedro, ni Juana, ni María..., es Yemayá o Xangó, es Mpungu Choya Wéngue, Inkita o Dibúdde. Prueba del fenómeno es, y la más convincente que, el caballo, pierde por entero su conciencia de su personalidad habitual.



Se dice: "le robaron la cabeza..." El orisha, cuando no se provoca su descenso, baja o corona espontáneamente, sorprende al caballo (se advierte una lucha, cierta resistencia que cesa de pronto), entra en él, lo monta, y al marcharse, el caballo queda ignorante de cuanto ha sucedido en su interior y en su entorno.
Pasado el trance no sabe lo que ha dicho, ni lo que ha hecho, a menos que se le diga, cosa poco aconsejable...
A quién le baja el orisha, nunca sabe en que momento le entró, ni en que momento se irá. !! No se recuerda absolutamente nada!!! Les queda un poco vacía la cabeza por un lapso de corto tiempo, y vuelven en sí con mucha sed y mucha hambre.
Al principio, cuando comienza a montarlos su orisha, se les oculta para no asustarlos, ya que esto reprime el sano desarrollo ritual de un iyawó en una sesión de Regla.
Muchos temen también a que el novato enloquezca, pero: ¿cómo un orisha o Eggún va a trastornarle su ori al omo...? ¡Bah...! Visiones de los santeros modernos...
Los viejos Babalawos no nos lo decían, y no por asustarnos, ni porque si el omo que sabía que la deidad lo montaba se volvía loco. i Nada de eso

iPuro cuento...! No nos lo decían para que no fingiéramos, para que no hiciéramos "fiasco". Nada mejor que un omó que lo ignore todo y se deje llevar por la energía de su orisha.
En el estado de trance total es cuando mejor ser llevan a cabo las sanaciones del alma, las armonizaciones del cuerpo y de la mente de los afectados por un yari-yarí, por un hechizo o una brujería.
iEl orisha es quién cura la enfermedad y no uno...! Cuando el iyawo tiene montada su deidad, hace cosas verdaderamente increíbles, fenomenales, que en estado normal de su materia, de su mente, de su estado de conciencia, jamás podría llegar a realizar.


Algunas historias entre nuestros negros nos lo confirman... Cierta vez, cuando descendió un Oggún Areré, lamió el tumor a una anciana que no podía
caminar.
Una joven iyawó no lo-sóportó y vomitó inmediatamente. Al poco tiempo la anciana no podía explicar el "cómo" de la cicatrización de la llaga
supurosa y maloliente, putrefacta, y su pronta recuperación. El Oggún, literalmente "le chupó todo..." en otra ocasión descendió Eshú Ayerú sobre un hijo de Eleggua, se limitó en un rincón, y sin molestar a nadie, a romper vasos y comerse los vidrios. Otros, en demostración de fe, se clavaban agujas gruesas en distintas zonas del cuerpo. iNinguna herida sangraba...! un diminuto Babalocha, hijo de Ochossi, el cazador, levantaba por los aires el doble de su peso, mientras giraba con las personas al ritmo de los batá (tambores). Cuestiones que sólo un omó en estado de trance auténtico puede llegar a hacer a través de las manifestaciones de su deidad.



Pero hay medios de prevenirse contra la posesión: el más corriente, apretarse fuertemente la cintura; fajarse con un género del color del orisha a que se pertenezca; refrescar el collar eleké con omiero (maceración de hierbas de monte) que, como distintivo de cada orisha, y como protección, suelen llevar encima siempre los fieles y aleyos; también uno puede atarse con grama o con una tira de paja de maíz el dedo medio del pié, cómo se hace en Palo Mayombe; apartarse a tiempo de cuanto pueda atraer particularmente al orisha de su devoción, como algunos cantos y toques de tambor .
Buen cuidado tienen algunos de salirse de la habitación en que el tambor repica y rompe el coro cantando en honor a su eleddá (ángel de la guarda) tutelar de su orisha.



Es asombrosa la/facilidad con que nuestros negros "caen en trance" con su orisha. Nada más lógico que el espiritismo, multiplicando sus centros por todas partes, con miles y miles de adeptos y de médium.
Esto no supone debilitamiento por la fe del orisha, ni abandono de los cultos de raíz africana: "el espiritismo en muchas partes del mundo marcha a la par de Ocha...", estrechamente unidos, a pesar de sus pretensiones de espiritualidad.
Por ejemplo podemos citar muchas Umbandas Egguandas y Mayombes, que bien se mezclan con espíritus de distintas densidades, así cómo también, con santos católicos y entidades de origen amerindio.



El sincretismo y el eggún juegan un papel preponderante en todas ellas. Muchos iyawos ahora tienen "espíritu-espiritual", y se consideran médium africanistas.
Así lo dice una Iyalochá que trabaja por lo espiritual y por quién se manifiesta, alternando con Cachita (Mamá Caché, la virgen de la Caridad de Cobre, el espíritu de un esclavo ngangá), Ochá o Palo Monte. ¿Qué, no viene a ser lo mismo...? i Espíritu na más! ¿No se cae igual con Orisha que con muerto, con Eggún...? En religión todo es cosa de vivos y muertos. Los ikús se volvieron santos. Santos y espíritus son visitas diarias en las casas de nuestros negros.






En África, lo mismo hablan los muertos. Eso no es nuevo. Se habla con Ochún u Obatala, lo mismo que con nuestros descendientes muertos o padrinos; y gracias a la increíble abundancia de médium, las almas de los difuntos pueden abandonar con exagerada frecuencia el espacio, para venir a conversar con los parientes y los amigos, fumar tabaco, la vitola que en la vida les gustaba, dar su opinión sobre los acontecimientos de la actualidad e intervenir, oficiosos, en todos los asuntos; entregar conocimientos rituales y litúrgicos; dar charlas cortas sobre filosofía de vida; ser partícipes directos desde el más allá en todo lo que suceda en Regla. Por tal motivo, jamás se perderá la tradición, ni la lengua, ni el ifá y sus oddunes, mientras que desde el más allá nos vengan a visitar nuestros antepasados santeros, apadrinando así el legado...





















Esta extrema facilidad de caer en trance al menor estímulo, puede achacarse a la predisposición sugestiva, congénita en la mayoría, a su sicología pueril, a su temperamento impresionable, o tal vez, a su imperiosa necesidad ritual innata de demostrar algo a alguien...; también a su vieja tradición religiosa, a su creencia verdaderamente inquebrantable en la experiencia de los espíritus, que les impulsa a aceptar sin vacilar la realidad de sus manifestaciones, tan naturales, del mundo sobrenatural; de un más allá para ellos tangible y evidente hasta la saciedad.
Cualquier estado normal psíquico supone para el negro, la injerencia de algún espíritu extraño o de un orisha que penetra en la persona y toma el lugar del yo, o se entremete, en ocasiones, sin desplazarlo eternamente.



Entonces la deidad en esta ocasión, no hace perder el total del conocimiento o de la conciencia del médium, pues se lo encosta: "dice lo que tiene que decir sin que el caballo se de cuenta de ello, aunque mas o menos sepa lo que está sucediendo..." Es lo que también se llama "tener o estar el orisha en guardia".
A un omó le ha bajado su orisha, y al retirarse, declara que se queda en guardia durante unos días... El sujeto se halla perfectamente consciente y en su estado normal; pero de pronto dice cosas muy grandes, sin saber lo que dice, ni porqué las dice. Es el orisha que le quedó de guardia, quién se pone a hablar o tercia en la conversación.















Para retirar o sacar al orisha, se sienta el caballo en una silla, cubriéndole la espalda con un paño blanco; se le sopla en los oídos, y se le dicen al orisha unas pocas palabras en su lengua, y luego se llama al médium fuertemente por su nombre de pila, para que vuelva a entrar su espíritu. Esto claro, cuando el médium es novato. También se le acuesta en una estera boca abajo, y en esa posición se le despide o retira, de acuerdo al orisha que lo montó.
Según el orisha, en especial los ochabi (hijos de Obatala), se le coloca un paño blanco en su cabeza, y con ambas manos entrelazadas a las suyas, y tras un tirón suave pero firme, se procede a despegar la deidad; esto es muy usado cuando asistentes a una sesión de Regla,novatos, queda asolapada, o encostada, o radiada con el orisha.
Antaño los orishas no se retiraban en las fiestas de Regla o en el lugar en que se manifestaban. Volvían a sus templos a darle cuenta de sus actos a la madrina o padrino del caballo. Este se marchaba descalzo, como estaba, a casa de su madrina, y allí recobraba el conocimiento después que el orisha saludaba su fundamento y a ésta.
Si era un babalochá o una iyá, se iba igualmente montado a su propio ilé.


Aún hoy no es raro encontrar a algún santero (de los hechos por los viejos Babalawo) que observe el mismo comportamiento, y éste advierte cuando van a despedirlo que, sigue con su hijo y se retira él solo.
Convulsiones de las que suelen provocar los parásitos, tan frecuentes, alteraciones del sistema nervioso, cualquier forma de locura o de histerismo, el menos desarreglo, se atribuye a la,intromisión de una deidad o posesión; a un fumbi o katikemba, al ánima de un muerto o eggún, que a veces, mandado por un brujo o sin que nadie lo mande, se apodera o se instala junto a un sujeto, se les pega por mero capricho, por enojo o simpatía. 


Es muy común entre los no creyentes, el apegamiento o encostamiento de los quiumbas, y llevárselo así colgado a todos lados, inclusive a su casa o área de trabajo, ocasionándole miles de traspié en su vida mundana.


"El muerto trastorna mucho...." ; el espíritu retrasado u oscurecido perturba y hasta puede enloquecer al que agarra.
Así, el hijo del orisha, el caballo, es un medio directo de comunicación entre las divinidades y los hombres. En las casa de Regla, cuyas puertas los días de fiesta deben abrirse de par en par a todo el que quiera participar de ellas, en cierto modo, los caballos
realizan aún la misma función social que en una colectividad primitiva.


Valiéndose de su omó o médium, los muertos de los antepasados yoruba hablan a través de éste con toda su autoridad divina: es interrogado, responde a las cuestiones que le someten, da el consejo que se le pide, o bien, aconseja espontáneamente, amenaza con un pikuti (pellizco, castigo) a los que andan mamboleando o se conducen mal. Los orishas toman carta en todos los asuntos de sus hijos, aconsejándoles el mejor y más ordenado camino a seguir en la sociedad en que viven.
Se solicita su protección divina y paternal. Los fieles se dirigen a ellos Ilamándolos Papá y Mama, Pai y Mai, o Babami e Iyami, y éste despoja, purifica con su contacto, resbalando las manos por los brazos y a lo largo del cuerpo de los fieles; o les unge la cara con su sagrado y benéfico sudor; oprime su frente contra la del omó, pues el orisha, especialmente Xangó y Oggún lo distingue asestándole unos cabezazos; cargan y bailan sosteniendo los brazos del "hijo preferido", o llevándole sobre la espalda. A los niños los lanzan alborozadamente al aire. Y nada mejor que su demostración de generosidad y humildad, cuando pide dinero y luego lo reparte entre los fíeles que más lo necesitan, sin reservarse nada. Envía mensajes a los ausentes, órdenes o advertencias; evalúa una enfermedad, también la predicen y hasta aconsejan sobre que rama de la medicina deberá asistir a hacerse los controles al respecto; luego se alegran en compañía de sus hijos y protegidos, bailando con ellos sus danzas, a veces tan bellas cómo las de Ochun y Yemayá.
Así, no debe llamar la atención que sean invariablemente los viejos que bailan mejor, con un estilo más puro.













El omó con el orisha subido refleja las mismas características personales que la mitología atribuye al que lo posea o monta. El espíritu que se asienta y se tiene en la cabeza se le llama orí, también olorí, que es guardián y protector de su vida. Una mujer de voz delgada, por ejemplo, hablará recio, adoptará la imagen de guerrera, arrogante, peleadora, retadora, como lo es el caso de las Oyá, Yemayá, Yewá u Olosá, o aquellas cabezas de orisha hermafrodita o andrógino como lo es Obatala o Eleggua. Se da el caso de que Shangó posea hijas, y por tanto a ellas se las vestirá cómo su imagen, rojo, adornado con chagguoro (cascabeles), los bajos de unos pantalones bombachos o blúmeros, pues suele el orisha desgarrar o levantar las faldas de las iyawo, demostrando que él no es mujer y que las faldas le molestan.
Aquellas a quienes Shango monta, casi siempre se suben las enaguas a la cabeza y hacen gestos subversivos que sugieren la virilidad de la deidad yoruba, que tiene mucho empeño en dejar muy en claro, que él las tiene, y muy grandes: Ekuá etié mi Okko, algo que le falta a su caballo...


Antaño, en las casas de Regla, cada omó-orisha tenía para el momento del trance y de las danzas, el vestuario y la careta que le corresponde a la divinidad.
Pero trajes y careta eran costosos, y esta costumbre cayó en desuso forzadamente.
Así también han desaparecido las caretas con caracoles, y en los toques de fiesta conga (de tambor yuca, que en tiempos de los abuelos se llamaba (makutá) el bailarín con delantal de piel de venado o de gato de monte, cinto de cascabeles y campanillas, y collar de cencerros (gangarria).
Si un omó es serio, respetable, poco dado a las bromas, y de pronto toma a su Eleggua, éste lo monta, inmediatamente le transformará el carácter, hasta ser como él, bromista, desbocado, contando cuentos para que los presentes se rían. De lo que se abstendrá a tiempo el inadvertido es con la camorra porque Eleggua pensará que deliberadamente se burlan de él. Pero cómo es muy pícaro y juguetón, enseguida hará las pases con quién le hubiera enfrentado. Simplemente tomará sus genitales con ambas manos y hará un gesto de virilidad, haciendo entender al adversario que: "esto es pa ti..." A este orisha, el primero en cuyo honor se toca el tambor, es prudente despedirlo repicando apenas se manifiesta, o no dejarle pasar la puerta adentro. Hay muchos que suelen ponerse a hacer indecencias, aunque ya hoy en día se sabe de ellos y no se les da cabida, simplemente por su decoro...



También no conviene llamar la atención de Xangó cuando come, para no vernos en el compromiso de aceptar la comida que nos brindará de su mano, o el plátano que se le ofrenda, pues se corre el riesgo de que el orisha exija más tarde, con creces, el pago de aquél obsequio. !! No fuera que a cambio de un plátano pida mucho más!!  
 Xangó tiene la costumbre de derramar el quimbombó y la harina de maíz que tanto aficiona, para comerlo en el suelo y poner a los fieles en el grave aprieto de aceptar los puñados que entonces le ofrece.
Rechazar esta comida, revuelta y contaminada de basuras, sería un sacrilegio y les expondría a los efectos del resentimiento del orisha, que prueba de este modo la devoción de sus hijos y adoradores.


El abstinente poseído por Oggún se bebería de un golpe la botella de aguardiente, aunque teóricamente, en la fiesta de Ochá no se bebe alcohol; en la línea lucumí no se toma como entre los congos; Oggún sólo se llena la boca de aguardiente para rociar a la concurrencia como acto de purificación. Antes, jamás,
cuando el orisha bajaba, se le ofrecía ninguna bebida alcohólica de ninguna especie, pero los tiempos cambian y los orishas se adaptan a esos cambios.
Entonces en Regla es muy común usar el cheketé, un compuesto de naranja agria y de maíz, fermentado con azúcar de caña, tanto rubia cómo morena, disuelta en agua natural en una buena proporción, luego se le agregan frutas de estación en trozos. Su graduación no supera el 10% de alcohol, y en verano, es cuando más se prepara, resulta ser una bebida refrescante y gratificante. A este preparado ritual en sur América se le da el nombre de guarapo.
Si por "causalidad" un perro negro se adentra en la fiesta, y Oggún lo ve, inmediatamente se abrazará al animal para jugar o hacerle molestias. 



Con Yemayá sucederá que es capaz de comerse las cucarachas que anduvieran por la cocina del Ilé, y dirá: "...son mis chicharrones". En realidad lo son de todos los orishas, y en especial, sus mensajeras.
Babaluayé Ayamú, el orisha más venerado de la Regla, inmediatamente hace tomar a su omó el aspecto de un inválido minado por un mal deformante; retuerce sus piernas, engarrota sus manos, dobla su espalda.
Este orisha, dueño de las epidemias y las enfermedades, suele encontrárselo con sus atributos alimenticios en mano: un pan de una mazorca de maíz tostada.


En posesión de su omó realiza a veces actos repugnantes: limpia las llagas o heridas supurantes con su lengua, despoja el cuerpo lacrado con un pedazo de carne cruda que, posteriormente se la come.


Un Obatalá varón se estremecerá de pies a cabeza: será un viejecito inclinado, de andar vacilante, siempre trémulo Obbamoró o Aguiriñá.
Pero este viejo, tambien es, no obstante, un bravo guerrero que se yergue y baila fiero imitando los gestos del paladín que se bate briosamente. Allágguna baila con un machete.
Es autor de las disputas entre los pueblos, "el que enciende la candela...", es un tanto hampón, pues por un camino, en un período de su vida, fue olé (ladrón: olé fiti-fiti)
Entre las orishas de alto rango o "cabeza grande", Yemayá se distinguirá por sus aires majestuosos de reina. Yemayá ataramagwa sarabí Olokún. Señora de inmensas riquezas, es muy adusta y altanera; Yemayá Achabbá es la que mira fuerte y sólo escucha volviéndose de espaldas o inclinándose ligeramente de perfil. Varonil, arrebatada, es Yemayá Oggutté.
Según los caracteres que el orisha presenta al tomar posesión de sus elegidos o Eleggúns, según su comportamiento durante el trance, de acuerdo a lo que experimentaron los negros, estaremos en presencia directa de una deidad.
Cuando el carácter anormal o la naturaleza epiléptica de los trances se hace evidente, el negro cree firmemente que el orisha, el palo o el fumbi ha bajado. Es una divinidad, un espíritu, y no puede pensarse en otra cosa, la que actúa en el caballo.
Tampoco permite el orishá que nadie se burle de él. Las historias hablan que en tiempos de España, dos panchakáras o alabbwá, "cebollas" (mujeres de la vida), detuvieron su coche ante una casa de Regla de Ocha, y curioseando a través de la ventana de rejas se rieron de un negro que bailaba vestido de mamarracho, con un mameluco colorado. Al decir una de ellas: "ese moreno está loco...", las dos se arrebataron y entraron en el ilé como dos exhalaciones.
Se les había subido el orisha. Shangó las tomó, y no salieron de allí hasta que no las asentaron.
A un famoso babalocha le bajaba continuamente su Oggún Areré. Un vecino suyo, por burla, tuvo la mala ocurrencia de machacar vidrio y echarlo sin ser visto, en la cerveza que se le ofrece. Pero Oggún al apurar la jícara de aguardiente, le dijo antes al imprudente: "hijo yo bebe eso, ese otro yo (el médium) me lo va yeún (comer), y a migué no pasa nada..."
A la mañana siguiente el babalocha amaneció en perfecto estado de salud, pero aquél hombre se despertó vomitando sangre, y castigado por Oggún, murió desangrado en tres días...
También el orisha se conduce duramente con el creyente que se atreva a provocar su descenso.





No se fuerza a una deidad a bajar a la cabeza, a no ser que él lo reclame. Este hecho produce que jamás descienda el orishá en su omó, o bien que deban pasar muchos años y muchas pruebas antes de que se concilien nuevamente.
Todo un concepto de respeto mutuo, de responsabilidad y obligación.
El negro de la colonia, y desde luego el negro en contacto con los blancos de las clases altas, recataba las prácticas de su religión, aún cuando influía indirectamente en la del blanco, y convengamos que, a veces no distaba mucho el catolicismo de éste del fetichismo de su siervo.
Cuando celebraba sus ritos, "jugaba" juegos de su tierra, se divertía a la manera africana. Era en lo que respecta a sus creencias y a su culto, sumamente reservado. Así, de aquellas negras criollas secretamente aleccionadas por africanos u oriundas de África, asiduas también a las ceremonias y fiestas de la Iglesia, "calambucas" de rosario y libros de misa, si sabían leer, no perdonaban la misa del domingo, y obligaban a muchos otros negros a rezar el Padre Nuestro aunque se estuvieran desplomando de sueño, a besar el pan, el pan bendito de cada día que Dios le daba, y a persignarse siempre que se pasara frente a un templo católico.




De aquellas morenas tan devotas y buenas católicas, no hubieran podido sospechar ni remotamente muchos
señores, que eran las mismas que después de rezarle a la Virgen María, a Santa Bárbara o a la Candelaria, iban a derramar con redoblado fervor, las aguas maceradas de un omiero sobre las piedras sagradas y vivientes (otá) que, para ellas, representaban a estos
mismos santos de la Iglesia, pero con las exigencias, los nombres, la personalidad puramente africana de
Yemú, Shangó u Oyá. Así también muchos blancos estaban iniciados en la fe de sus esclavos y se encomendaban a los dioses africanos, como ocurría con harta frecuencia, siendo éstos aún más herméticos que el mismo negro. De esta manera nace el sincretismo simbólico entre culturas religiosas.










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