Miércoles 11 Octubre
4º del salterio
Sab 7,7-11 /Sal 89
/ Heb 4,12-13 /Mc
10,17-30
Soledad Torres
Acosta; Nª Sra. de
Begoña; Alejandro;
Bruno de Colonia;
Kenneth; Juan XXIII
Sabiduría 7,7-11
Sabiduría 7,7-11
Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro. La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables.
Salmo 89
Sácianos de tu misericordia, Señor, y toda nuestra vida será alegría.
Hebreos 4,12-13
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Marcos 10,17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le-contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño». Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!». Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo». Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna».
La escena es entrañable y ofrece hermosos mensajes: primero, aquel joven que pregunta, sencillamente, porque quiere ser mejor; segundo, la mirada de Jesús —«se le quedó mirando con cariño»—; tercero, y con aquel cariño, Jesús le vino a decir que dejara de seguir confiando en el dinero, apeteciendo dinero. Jesús le dijo sencillamente que viviera como vivió él mismo: con sus intereses y preocupaciones puestos en el dolor de la gente, no en las propias ganancias. Hay dos hermosas respuestas en la escena para nuestra vida: «los que lo dejan todo por el Señor tienen garantizada la vida, la plenitud, la felicidad». Y, por último, ese «Dios lo puede todo», que ilumina y enardece nuestra confianza.
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