Sábado 07 Octubre
VII del TO.
del salterio
Jon4,1-11 /Sa185/
Lc 11,1-4
Rosario, m.o.
Justina
Lucas 11,1-4
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación"».
La fuerza de la oración
Jesucristo nos enseña a orar, nos introduce en la fuerza de la oración. El pórtico de )da oración ha de ser la «filiación divina»: sentirnos hijos de Dios e invocarle como nuestro Padre. ¡Cuántas definiciones de la oración! Aquella, tan hermosa, del san) papa Juan Pablo II: «Orar es abandonarse en el abrazo de Dios». O esta otra más !rana de Benedicto XVI: «La oración es la respiración del alma. Si no respiramos, iorimos. Si no hacemos oración, no tenemos vida espiritual». La Madre Teresa de 31cuta nos recomendaba: «Ante todo, hay que dedicar tiempo a la contemplación y silencio, sobre todo, si vivimos en las grandes ciudades, donde todo es agitación. ) comienzo la oración siempre por el silencio». Orar es sentir el amor de Dios que se ?n'ama en nuestras vidas.
Señor, enséñanos a orar, como enseñaste a tus discípulos. Enséñanos a llamarte Padre y a sentir lo que significa: abandono total en tus brazos infinitos, confianza plena en tus caminos. Y saber que siempre nos esperas para abrazarnos.
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