2° del salterio
Lev 13,1-2.44-46
/Sal 31 / 1Cor
10,31-11,1 / Mc
1,40-45
Viernes 15 Febrero
Claudio de la
Colombiére;
Faustino y Joyita;
Bto. Vicente Vilar
David
levítico 13,1-2.44-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!". Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento».
Salmo 31
Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
1Corintios 10,31-11,1
Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Nosotros, los leprosos
De alguna forma, todos somos leprosos, todos tenemos manchas en la piel del alma. Contemplemos primero al leproso: se acerca a Jesús, estando prohibido, lo que nos revela a un hombre audaz; suplica de rodillas y reconoce en Jesús su poder divino, haciendo un profundo acto de fe. Contemplemos a Jesucristo: se conmueve, siente lástima; extiende la mano y lo toca; lo cura: «queda limpio». Contemplémonos a cada uno de nosotros, participando en la escena: como el leproso, acerquémonos siempre a Jesús, con fe ardiente, escuchando sus palabras; como Jesús, conmovámonos ante las miserias humanas; como cristianos, sintámonos curados, perdonados, amados. Jesús no quiere fama, ni que lo tomaran por rey, y por eso prohíbe al leproso que divulgue el prodigio.
Señor, cura nuestras lepras ocultas, nuestras manchas del alma: el egoísmo, la vanidad, el deseo de parecer siempre superiores a los demás, las faltas de respeto y valoración de tanta gente como cruza a nuestro lado. Y haz que nos acerquemos a Ti, con la humildad del leproso, con su ardiente fe.
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