XX del TO.
4a del salterio
Rut 2,1-3.8-11;
4,13-17/Sal 127/
Mt 23,1-12 (o bien:
1s 9,1-6/Sal 112/
Lc 1,26-38)
Sta. María Virgen
Reina, m.o.
Felipe Benizi;
Sigfrido; Bto. Simeón
PALABRA:
Mateo 23,1-12
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos,diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los
escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan;
pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen
lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables
y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no
están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo
lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan
los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llamen maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
¡Cómo se palpa en este discurso de Jesús el problema de las incoherencias pastorales! Está claro que a Jesús no le preocupan tanto las ideas de los escribas y de los fariseos, sino la conducta de aquellos hombres que se presentaban como ejemplo de piedad y de religiosidad para la gente, cuando en realidad constituían un escándalo permanente. Por eso, el Señor dirá: «Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen». Hacían justamente lo contrario de lo que enseñaban. ¡Cuántas incoherencias pastorales en la vida de los cristianos! Proclamamos la presencia del Señor en la Eucaristía, y no lo visitamos. Hablamos de amor, y nos desinteresamos unos de otros terriblemente.
Señor, haznos coherentes contigo, con nosotros mismos, con nuestros hermanos. La coherencia será la mejor arma de nuestro apostolado: decir lo que pensamos, pensar lo que decimos, hacer lo que pensamos y proclamamos.
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