Viernes 03 Agosto
Santos Martín er, Eufronio ob, Pedro ob
Papa Francisco: La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión.
PALABRA:
Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene
un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella los alcanzó y se postró ante él y le pidió: «Señor, socórreme». Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos»Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe; que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.
ORACIÓN:
Jeremías 31,1-7; Salmo:Jeremías 31,10-13 • MATEO 15,21-28
SEÑOR, sometiste a una dura prueba de fe y de humildad a la pobre cananea, pero viste que el amor de madre no tiene límites cuando se trata de buscar el bien de sus hijos. Es lo que hace con nosotros María, nuestra Madre, y la Iglesia, también Madre nuestra. Si al principio parecía tu actitud de rechazo, sólo era en apariencia. Tu obra y tu palabra son, como siempre, expresión de tu Misericordia y tu ternura con los necesitados: la curación de la hija y esa alabanza, que bien querría para mí: Mujer, qué grande es tu fe. (Sigue tu oración personal)
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