1 de Cuaresma
la del salterio
Est 74,1.3-5.12-14 /
Sal 137 / Mt 7,7-12
Domingo 26 Febrero
Alejandro de
Alejandría; Néstor;
Paula Montal;
Bta. Piedad de la
Cruz Ortiz Real
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas».
Sentir a Dios como Padre
En la oración de petición descubrimos nuestro corazón a Dios. Primero, en un hermoso gesto de humildad, confesándonos débiles, necesitados; segundo, reconociendo nuestras carencias, que son muchas; tercero, acudiendo a ese otro manantial de la gracia y de los dones. Cuando pedimos a Dios que nos ayude, no estamos solicitando su poder para solucionar enseguida nuestros problemas, sino percibiendo su corazón de Padre bueno, atento siempre a sus hijos. En realidad, nuestras peticiones nos hacen sentirnos con fuerza «hijos de Dios», saboreando así nuestras verdaderas señas de identidad. Pedir algo al Señor no es cruzarnos de brazos ante la dificultad o el peligro, sino todo lo contrario: sentir su gracia y su ayuda para nuestras carencias y debilidades.
Señor, haz que mi oración sea como una llamada a la puerta de tu corazón. Una llamada sencilla y confiada, como el pequeño que se siente débil y se aferra al abrazo de su madre. Llora porque necesita ayuda. Hay momentos en nuestras vidas en que solo podemos ofrecer nuestras lágrimas de soledad o la soledad de nuestras pobres lágrimas.
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