III de Cuaresma
3ºdel salterio2Re 5,1-15a /Sa141 / Lc 4,24-30
Jueves 09 Marzo
Francisca
Romana, c.
Gregorio de Nisa;
Paciano; Catalina de
Bolonia
Lucas 4,24-30
En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
El corazón de Dios
Aparece en esta página del evangelio el peligro de los «nacionalismos» religiosos: Aquellos paisanos se ponen furiosos cuando Jesús les dice que una viuda de Sarepta y un leproso de Siria habían sido preferidos a todas las viudas y a todos los leprosos que había en Israel. Pero, ¿cómo es posible? Son ellos los que tienen exclusiva y el privilegio de Dios. Los «nacionalistas» no aceptan que los que ellos llaman «extranjeros» sean mejor considerados y tratados. Se produce, entonces, la división y el enfrentamiento. Y a punto están de despeñar a Jesús, arrojándolo fuera de la sinagoga. Jesús rechaza esa imagen de un Dios violento, de preferencias y de privilegios. Y nos ofrece el corazón universal de un Dios Padre que a todos recibe, acoge y cura.
Señor, estemos donde estemos, seamos quienes seamos, Tú nos recibes y nos acoges siempre, porque tu corazón de Padre no muestra preferencias por razón del lugar en que vivimos o de la raza a la que pertenecemos.
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