Viernes 16 Junio
XI del TO.
3° del salterio
2Cor 8,1-9 / Sa1 145
/ Mt 5,43-48
Aureliano; Benón;
Quirico y Julita;
Lutgarda
Mateo 5,43-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Lo nuevo y lo propio del cristianismo
El planteamiento que nos hace Jesucristo sobre nuestras relaciones humanas es completamente nuevo y traspasa todas las barreras: «amar», «hacer el bien», «bendecir» y «orar». Pero la novedad reside en que estas actitudes son para todos, incluidos los enemigos. Este amor a los enemigos es lo nuevo y lo propio del cristianismo. El enemigo también está redimido por Jesús, el enemigo es mi hermano. No se trata de perdernos en disquisiciones de culpabilidades. Se trata de ahondar profundamente en lo que significa «amar» y en lo que significa también la «filiación divina». Ser hijo de Dios significa «amar a todos y siempre, incluso a los enemigos». Amar con el amor de Dios. Solo es posible si contemplamos en cada rostro el rostro de Cristo, como nos sugería la Madre Teresa de Calcuta.
Ámame más, Señor, para quererte. Búscame más para mejor hallarte. Desasosiégame por no buscarte. Desasosiégame por retenerte.
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