Sábado 03 Junio
IX del T.O.
1º del salterio
Tob 3,7-71a.76-17a
/Sal 24 / Mc
12,18-27
San Carlos Luanga
y comp., m.o.
Clotilde; Juan
Grande; Bto.
Francisco Díaz
PALABRA
Marcos 12,18-27
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos de los que dicen que no hay resurrección, y le pregun taron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno s le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano".
Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Jesús les respondió: «Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob"? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».
Un Dios de vivos
Los saduceos plantean a Jesús el tema de la muerte y de la otra vida contemplada desde, el ángulo de lo que puede ocurrir con los que se casaron varias veces. Y Jesús arroja un manantial de luz sobre esa «otra vida» y nos ofrece el rostro dé un «Dios de vivos», con otros planteamientos. Vivir es aprender a abrirse al misterio, del que la muerte hace como de centinela. El misterio tiene el rostro amoroso del Padre. Si se mira la muerte pensando que se está caminando hacia la casa del Padre, que está dispuesto a perdonar y a acoger, entonces ya no se tiene miedo. Creer es aferrarse totalmente a Jesús, dejarse llevar por É1 hacia la meta, sin pretender entenderlo todo mientras se va de camino: basta entender que, con Él, se sabe adónde se va y se está seguro de llegar. Así de fácil, a pesar de nuestros interrogantes.
La eternidad ya está aquí, en la experiencia del acontecimiento pascual de quien, día tras día, cree y espera, sufre y ama con Jesús.
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