Miércoles 24 Mayo
Oficio de la S.
He 2,1-11 /Sal 103
/6615,16-25/In
15,26-27; 16,12-15
María Auxiliadora;
Vicente de Lérins;
Susana; Ester;
Bto. Luis Ceferino
Moreau
PALABRA:
Hechos 2,1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua».
Salmo 103
Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Gálatas 5,16-25
Hermanos: Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. En cambio, si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley. Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.
Juan 15,26-27; 16,12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará».
¡Abramos las puertas al Espíritu Santo!
«Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra», diremos hoy como plegaria que nos brota de lo más profundo del corazón. «Ven, Espíritu Santo, llena con tu gracia los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». El Espíritu con el que son ungidos los amigos del Señor los habilita para responder con creatividad e inventiva ante el desafío de la realidad, les da el poder de perdonar y retener los pecados, les abre todos los horizontes del mundo para anunciar la Buena Noticia de la salvación. Jesús envía a sus discípulos a continuar la misión que Él ha cumplido. Cuando Jesús se va, en su lugar deja el Espíritu. Y ese Espíritu moverá montañas, corazones, decisiones tajantes de renuncia y entrega.
Ven, Señor, te esperamos. Envíanos tu Espíritu en esta hora difícil, pero siempre apasionante. Dulce huésped del alma, consolador de tantas angustias y pesares. Ven a nuestros pueblos y ciudades, a nuestras familias, a nuestras plazas, a todos los estrados de la tierra, para que así nos sintamos heraldos de Dios, sin miedos, dispuestos a anunciar la salvación.
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