Viernes 26 Mayo
VIII del TO.
40 del salterio
Si 35,1-15 /Sa149/
Mc 10,28-31
S. Felipe Neri, m.o.
Mariana de Jesús de
Paredes; Pedro Sanz
Jordá; Eleuterio;
Desiderio (Didier) de
Vienne
Marcos 10,28-31
En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».
Vivir siempre disponibles
Jesús defiende la libertad para seguir sus pasos. En realidad, los apóstoles siguieron un buen tiempo ejerciendo sus oficios respectivos, pero su corazón ya estaba en vías de entrega al Señor. La libertad exige la liberación de ataduras y esclavitudes. El servicio y la entrega a Dios requiere de cada uno de nosotros la mejor disposición para seguir sus caminos, para escuchar su voz e ir allí donde nos invite. La libertad al servicio de los demás es la mística de los cristianos. Libertad para pensar y decir lo que se piensa. Libertad para defender la justicia, el bien de los excluidos y marginados. Libertad para proclamar la palabra de Dios, no atados ni maniatados a intereses.
Alguien dijo y escribió: «hay que ser fieles en libertad, rebeldemente fieles, fieles al enfadoso día a día». Seguir creyendo en libertad. Es lo que se ha llamado y proclamado, con frecuencia, la libertad de los hijos de Dios. La libertad de los que nos sentimos hijos, no esclavos.
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