Sábado 15 Julio
XV del T.O.
3a del salterio
Éx 3,1-6.9-12 /Sal
102 / Mt 11,25-27
S. Buenaventura,
m.o.
José de Tesalónica;
Angelina de
Montegiove;
Deusdedit; Vladimir°
PALABRA:
Mateo 11,25-27
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
La gente sencilla
La dialéctica de los «sabios» parece que choca con la de los «sencillos». El camino del «saber» frente al camino del «ser». Pero, ¿quiénes son los sencillos? Su sentido etimológico nos dirá que son los «niños», los «lactantes», y en sentido más amplio «los incultos», «los ignorantes», todos aquellos que probablemente no saben de las altas tecnologías de la ciencia, ni de sus leyes, pero, en cambio, conocen los secretos de la vida normal, las maravillas de la naturaleza, el color de los paisajes. La gente sencilla se conforma con poco y saborea lo que tiene. Los sencillos poseen siempre la gran virtud de descubrir antes lo maravilloso y quedar fascinados por su belleza o su grandeza, como les ocurre a los niños. Los sencillos admiten el misterio como un regalo.
Señor, que el saber aumente nuestro creer en Ti, en tus maravillas, que descubrimosa cada paso, en la familia, en la calle, en el campo, en la ciudad, en los pueblos, en los pequeños escenarios que nos han tocado vivir y que nosotros quisiéramos convertir en manantiales de agua viva, junto a Ti.
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