Sábado 08 Julio
XIV del T.O.
2º del salterio
Gén 41,55-57;
42,5-717-24a /Sal
32 / Mt 10,1-7
Adrián III; Eugenio
III; Amando
Mateo 10,1-7
En aquel tiempo, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Estos son lo nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago e Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo
Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones. «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades 'de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca».Jesús me llama por mi nombre
Este pasaje tiene una gran importancia. Jesús escoge a los Doce y les da la misión. ¿Cuál es esa misión? «Curar enfermos y expulsar demonios, es decir, aliviar sufrimientos y dar vida». El nombre de cada apóstol es pronunciado por Cristo, enseñándonos que nos llama, no perdidos entre muchedumbres anónimas, sino pronunciando nuestro nombre, el de cada uno, personalmente. Mi nombre en los labios del Señor ha de resonar en lo más profundo de nuestro corazón. A los Doce, Jesús los llama primero «discípulos», y a renglón seguido, «apóstoles». Es un matiz importante: todos somos «enviados», pero sin olvidar que, al mismo tiempo, somos «discípulos» del Maestro. Olvidar la dimensión del «discípulo» sería vaciar de contenido testimonial la dimensión hermosa de nuestro apostolado.
Señor, que veamos en nuestros obispos a los sucesores de los apóstoles y que abramos de par en par nuestros brazos para acogerles, para escucharles, para sentirnos Iglesia, redil, grey, rebaño... Las metáforas serán lo de menos. Lo de más es su misión hermosa de hacerte presente en medio de tu pueblo.
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