Viernes 07 Julio
XIV del T.O.
2º del salterio
Gén 32,22-32 /Sal
16 / Mt 9,32-38
Fermín; Benedicto
XI; Bta. María
Romero Meneses;
Bto. Pedro To Rot
Mateo 9,32-38
En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio y el mudo habló. La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual». En cambio, los fariseos decían: «Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios». Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Enseñar, anunciar, curar, invitar
He aquí los cuatro Compases que configuran la hermosa sinfonía de una jornada del Señor: primero, enseña, que es tarea que se centra en los oyentes, en su situación personal; segundo, anuncia, que es tarea que le afecta más a Él, a su capacidad de transmisión y de convicción; tercero, cura a los enfermos, abre posibilidades a los que se encuentran atormentados o esclavizados; cuarto, invita a solucionar problemas. Aquí tenemos el problema de las vocaciones: «La mies es mucha y los operarios pocos». El Maestro plantea la necesidad de vidas generosas que se decidan a ser sus discípulos, a seguirle, a anunciar su Evangelio. Y nos señala el medio más eficaz: rezar, rogar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Qué importante es la oración a la hora de suscitar una vocación!
Señor, danos vocaciones, es decir, hombres y mujeres que se entreguen a la tarea de ser sembradores y guías de tu Palabra, de tu vida, de tu ejemplo. Danos sacerdotes a la medida de tu corazón, religiosos colmados de generosidad, laicos que sean apóstoles por nuestras calles, plazas y avenidas.
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