Cultivarse es crecer, la ira no hace nada por nadie, la paciencia es la madre del buen carácter, quienes la cultivan disfrutaran de larga vida
jueves, 30 de julio de 2015
PALABRA Y VIDA: JUEVES 30/07/2015
jueves 30
S. Pedro
Crisólogo, m.I.
Braulio María,
Federico y comp.;
Bto. Eduardo Powell;
Bto. Faustino
XVII del TO.
1ª del salterio
Éx 40,16-21.34-
38/Sal 83 /Mt
13,47-53
mateo 13,47-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El Reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?». Ellos le contestaron: «Sí». Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo». Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
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Todos cabemos en el Reino de los cielos
Jesús, en sus enseñanzas, utiliza imágenes que son muy conocidas por la gente. Varias veces nos habla de la barca, de las redes para pescar, de la pesca y del número de peces. Mucha gente vivía de esta profesión de pescar, en el lago. Y la hermosa lección que Jesús quiere que aprendamos bien: «En el reino de Dios cabemos todos, sin distinción de buenos y malos, ya que estas distinciones se harán al final de los tiempos». El juicio corresponde a Dios, no a los hombres. ¡Cuántas veces los hombres hemos querido ocupar el puesto de Dios, y nos hemos puesto a salvar o a condenar por nuestra cuenta, con juicios categóricos! No podemos acabar todos igual, si es que Dios es Dios y hace justicia. Pero lo que no sabemos es en qué consistirá la aplicación de esa justicia, y cuáles son las medidas que Dios va a aplicarnos a cada uno.
Señor, confío en tu Palabra, confío en tu Corazón pero, sobre todo, confío en tu misericordia. Tú lo sabes todo, dijo tu apóstol Pedro, Tú sabes que te amo. Y sabes, Señor, que miramos nuestras manos y las encontramos casi vacías, pero rebosantes de anhelos de reclinar nuestra cabeza en tu regazo.
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